Capítulo 59
Capítulo 59
Fausto pareció caer en cuenta de lo que había dicho y agitando las manos en señal de negación, respondió: “No, no, ¿cómo va a ser? ¿Cómo mi hija va a ser adoptada? Debes haber escuchado mal. Lo que dije fue que cuando su mamá la trajo al mundo, jamás pensó que podria no quererla tanto como a su hermano. Yo tampoco soy muy bueno y siempre estoy ocupado con el trabajo, pasándola fuera de casa, así que no le pude dar mucha atención, la pobre sufrió bastante cuando era chiquita”
Su negación fue tan natural, sin un ápice de pánico o mirada insegura, que Yael casi duda si no fue él quien entendió
mal.
Así que sonrió torpemente y volvió a llenarle la copa a Fausto: “Mira qué mal estoy de los oidos, tan joven y ya me fallan, pensé que habías dicho que Amelia era una niña que ustedes encontraron.”
“¿Cómo crees?, debe ser que me equivoqué al hablar, tomando alcohol tan temprano, se me traba la lengua.” El hombre se rio con un “jeje” tratando de desviar el tema
Pero Yael insistió: “Amelia es tan encantadora ahora, de chiquita seguro también era muy dulce y linda, ¿no?”
“Claro que si. Ella siempre fue muy dulce y querida desde pequeña, tan bonita, toda rosadita. Cuando la vi tendría unos cinco o seis años, era pleno invierno y estaba sola en el campo, su carita se congeló hasta ponerse azul, pero sin llorar, solo se abrazaba las rodillas y se hacia bolita, con esos ojazos negros tan grandes, mirándome llena de miedo y sin hacer ruido.” Parecia que el alcohol habia llevado a Fausto a un estado de nostalgia, levantó su copa y tras beber de un trago continuó, “Cuando me acerqué, con voz débil me preguntó en un susurro: ‘Señor, ¿viene a llevarme a casa?”
Yael no señaló la contradicción en su relato, sino que tomó la botella y le sirvió otro trago, y después de verlo beber, preguntó con voz suave: “¿Y qué pasó después?”
“Después, al verla tan desamparada, la llevé corriendo al hospital. Aunque se sentía mal, no lloró en todo el camino, solo se aferraba a mi, temiendo que la dejara atrás. Daba mucha pena.” Fausto volvió a beber de su copa, “La hipotermia le causó varios problemas, luego vino la neumonía, tuvo fiebre por días. Cuando despertó estaba confundida, no recordaba nada, solo a mi. Si tenía que ir a algún lado, se agarraba de mi camisa, muerta de miedo de que la abandonara. A pesar de estar tan enferma, de ser pinchada y que le sacaran sangre cada dos por tres, por las inyecciones y las medicinas diarias, nunca armaba un escándalo. A lo mucho, se le salian las lágrimas, pero no lloraba, eso me partía el alma.”
Fausto terminó su relato y pareció recordar algo, con una sonrisa avergonzada miró a Yael: “Mira que he hablado y hablado, y al final la culpa es mía. Ella era tan pequeña y yo no la cuidé bien, se me perdió y pasé dias y noches buscándola, pero afortunadamente la encontré.”
Yael también sonrió, sin apuntar a las inconsistencias en su historia, simplemente continuo sirviendo el vino: “Suena realmente triste, siendo una niña tan pequeña y pasando por tanto, solo de escucharlo me duele el corazón.”
“Exacto. Y era tan buena y obediente, una niña maravillosa, ¿cómo podría no quererla su madre?” El hombre suspiro y vació otra copa, “Es mi culpa por ser tan cobarde e inútil. Su madre siempre fue de armas tomar, desde que la conoci tenía un genio terrible, se enojaba y rompía cosas sin más, volviendo la casa un caos. Yo me cuidaba de no provocarla para tener algo de paz.”
Yael sonrió y le llenó la copa otra vez: “Quizás la Sra. Blanca es solo un poco temperamental, no hay madre que no quiera a su hija después de llevarla en su vientre nueve meses.”
Fausto no siguió el tema y solo sacudió la cabeza con resignación: “Yael, no entiendes. Cada familia tiene sus propios
líos.”
El asistente asintió, siguiéndole la corriente: “Si, si, es igual en todas partes, cada quien con su cruz.”
Entonces pregunto: “¿Y después? ¿Amelia fue a algún otro lugar después del hospital?”
Fausto se echo para atrás en su silla, con una sonrisa llena de orgullo que no podía ocultar: “¿A dónde ibamos a ir? En esos tiempos la casa era puro suelo, ni su mama ni yo teníamos trabajo y criar a un niño ya era duro, ni se diga dos Después, cuando ya no hubo de otra, porque en el pueblo no encontrábamos ni cómo ganarnos el pan, tuvimos que mudamos para acá y buscar vida. Pero Meli siempre ha sido una niña lista y comprensiva, sabía que estábamos apretados y desde chiquita nos ayudaba en lo que pudiera, nunca se quejaba Ademas, se esforzaba mucho en la escuela. Logró ingresar a una secundaria muy buena en la ciudad, pero su mamá y yo no teniamos dinero para
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mandaria, asi que tuvimos que decirle que no. Aun así, siguió esforzándose y hasta consiguió que esa secundaria la aceptara sin pagar un centavo porque en la escuela vieron que veníamos de abajo. Cuando nos mudamos a Arbolada, no queria dejarla sola estudiando en otro lado, así que la cambiamos para acá. El director y los maestros de su antigua escuela se pusieron tristes de verla İrse.”
Yael no pudo más que sonreír, escuchando esa historia tan parecida a la de cualquier persona, sin nada excepcional.- Lo único que le parecía fuera de lo común era el cambio de Meli al Colegio Secundario de Arbolada, donde también había estudiado Dorian.
¿Y de chiquita cómo era? Yael trató de volver al tema principal. “Antes de que… bueno, antes de que la perdieran de vista, ¿ella ya era así de aplicada y respetuosa?”
Fausto soltó una risita y siguió: “Claro que si, papito. Esa niña fue un primor desde que nació. Nunca llorona, siempre obediente. Los vecinos, maestros y compañeros siempre la tenían en la punta del cielo.”
Jaja, bonita y con buenos modales, ¿a quién no le iba a caer bien?” El asistente se rio también. “Oiga, ¿no tendrá por ahí alguna foto de ella de pequeña? Me da curiosidad ver cómo era.”
“Ni hablar, en esos tiempos a veces ni para la comida alcanzaba, menos para fotos,” dijo Fausto, levantando su copa para tomar otro trago. “Pero veo que a ti también te cae bien, ¿no es asi?” © NôvelDrama.Org - All rights reserved.
Yael esquivó la pregunta con una risa, su teléfono seguía grabando en secreto y no quería que Dorian malinterpretara
sus palabras.
Fausto no se fijó en la respuesta de Yael y siguió desahogándose: “Siendo tan querida por todos, no entiendo cómo su madre no la apreciaba ¿Será que de verdad hay gente incompatible en este mundo?”
Yael volvió a llenar su copa, evitando entrar en detalles. Recordaba que Amelia había devuelto el dinero a la cuenta de Dorian, pero no conocía toda la historia detrás de ese gesto.
Fausto, ya un poco ebrio, continuó: “Lo del dinero siempre fue un lío. Meli insistió en devolver ese dinero al Sr. Ferrer y mi esposa lo tomó a mal, hasta quiere cortar lazos con ella y no dejarla volver a casa. Son cosas que no entiendo.”
El asistente lo miró, sorprendido en silencio. Sabía del dinero, pero no de los problemas familiares que había causado.
“La verdad, yo también sé que no debimos tomar el dinero del Sr. Ferrer. Eso pone a Meli en una posición dificil, pero en esta casa nadie me presta atención, nadie me escucha, Fausto se lamentó, listo para seguir bebiendo.
Yael detuvo su mano: “Señor Fausto, mejor coma algo, no tome tanto que el alcohol es malo para la salud.”
Le sirvió comida mientras seguía la conversación, hasta que el hermano de Amelia, Fabio, llegó a casa y pudo dejar a
Fausto en buenas manos.
Caminando a casa, Yael marcó a Dorian por videollamada.
Dorian estaba ocupado frente a su computadora.
Era sábado y no había ido a la oficina, trabajaba desde el estudio de la suite presidencial del hotel.
Cuando Yael llamó, contestó sin apartar la vista de la pantalla: “Habla.”
Sus dedos seguian tecleando con agilidad.
Su asistente observaba la cara seria y ocupada de Dorian. “Hoy fui a hablar con el papa de Amelia, Fausto.
Dorian fue directo al grano: “Ve al punto.”-
Yael continuó: “Se le escapó algo sin querer, encontró a Amelia cuando era una niña.”
Dorian dejó de teclear y miró hacia Yael: “¿Cuándo fue eso?”
Su asistente respondió: “Dijo que cuando Amelia tenía como cinco o seis años, en invierno. La encontró sola en el campo, toda morada de frio.”
Los oscuros ojos de Dorian se fijaron intensamente en los de Yael. “¿Estás